domingo, 13 de mayo de 2018

ELECTROSENSIBILIDAD, MEDIO AMBIENTE Y GEOBIOLOGÍA. LA IMPORTANCIA DEL LUGAR DONDE VIVIMOS Y DONDE DORMIMOS

Vivimos tiempos difíciles, aunque en realidad siempre lo son y lo han sido en alguna parte del mundo. Nunca en la historia de la humanidad hemos estado libres de conflictos sociales, guerras, daños medioambientales, etc., pero actualmente todas estas circunstancias se han globalizado y sus efectos llegan a todos los rincones del planeta.

Uno de los ejemplos más preocupantes es el del declive de la salud de la población. Vivamos donde vivamos el cambio climático, los tóxicos medioambientales, los tóxicos de consumo cotidiano en la alimentación, los productos de higiene, de limpieza, etc., y las radiaciones artificiales procedentes especialmente del gran despliegue de antenas emisoras de potentes microondas para dar servicio a la ingente cantidad de teléfonos móviles y otros instrumentos de la nueva tecnología, están dañando de forma drástica, rápida y quizá irreversible la salud de miles de millones de personas.

Es fácil observar el exponencial incremento de afectados por las radiaciones artificiales.

Por un lado están las personas que aparentemente no notan los efectos de las radiaciones, pero que un día les detectan una enfermedad que no les ha avisado previamente con síntomas evidentes. Por otra parte están quienes perciben determinados síntomas (pérdida de vitalidad, mareos, migrañas, insomnio, estrés, depresión…) y van de médico en médico, de prueba en prueba, sin que le sea detectado ningún tipo de anomalía o daño orgánico. Estas personas suelen ser electrosensibles, personas que han ido progresivamente sensibilizándose a las radiaciones tras múltiples y reiteradas exposiciones.

ELECTROSENSIBILIDAD

Hay que entender que la exposición a distintas radiofrecuencias de radio, televisión, wifi o telefonía móvil, unida a frecuencias extremadamente bajas de líneas eléctricas y transformadores, puede aumentar los riesgos en las personas expuestas, y es una de las vías de respuesta biológica que conduce a la electrosensibilidad y a una amplia gama de trastornos ligados a esta múltiple exposición. En general, la persona electrosensible presenta síntomas de su enfermedad especialmente cuando está expuesta a focos de radiación electromagnética. Por ello, la mejor defensa es evitar dicha exposición. Esto puede parecer algo sencillo, pero para las personas que sufren de electrosensibilidad en grado crónico es realmente difícil encontrar espacios libres de radiaciones. Las ciudades están inundadas de infinitas frecuencias e incluso en la naturaleza estos espacios limpios son cada vez más escasos.

SINERGIAS

Los campos electromagnéticos generan una serie de efectos nocivos por sí solos y también crean una serie de sinergias en el organismo en las que pueden intervenir otros factores de riesgo. Un aspecto poco difundido, pero de especial trascendencia para conocer el origen de algunos de los efectos nocivos relacionados con la toxicidad de productos químicos y de determinados fármacos, es su interacción con los campos electromagnéticos. Algunos de estos factores son de riesgo en sí mismos y otros se transforman en peligrosos o aumentan su nocividad al interaccionar con campos electromagnéticos. De la misma forma que la exposición a campos electromagnéticos puede provocar electrosensibilidad y ser en muchos casos el disparador de la sensibilidad química, un factor decisivo en la aparición de la electrosensibilidad y la sensibilidad química es la presencia de alteraciones geofísicas en los lugares donde más tiempo permanece la persona, especialmente en el lugar de descanso.

Muchos estudios han comprobado que las radiaciones artificiales son el desencadenante o el aumento de la nocividad de muchas sustancias y productos considerados tóxicos. Personalmente he podido comprobar en cientos de casos que las personas especialmente sensibles a campos electromagnéticos y a productos químicos han vivido sobre zonas consideradas geopáticas, debido a la presencia de corrientes de agua subterránea, fracturas geológicas y otros elementos distorsionadores de la radiación natural habitual en una determinada zona.

Esto no quiere decir que por el mero hecho de no estar sobre estas zonas alteradas podemos estar sometidos a radiaciones o a productos tóxicos, si no que el organismo tendrá mayor capacidad de defensa al no estar bajo la influencia debilitante e inmunodepresora de estas variaciones geofísicas, si no que sus efectos tóxicos serán, en muchos casos, menores.

Cuando la persona vive y sobre todo duerme en este medioambiente agresivo va deteriorando la capacidad de respuesta del organismo para defenderse, y paulatinamente abre la puerta a otros síntomas y enfermedades.

GEOBIOLOGÍA

La Tierra emite constantemente energía de diversos rangos y frecuencias. También del Cosmos nos llegan otras radiaciones que cubren prácticamente todo el espectro electromagnético. De esta interacción energética ha surgido, de hecho, la vida sobre la Tierra; sin embargo, cuando algún elemento, como una corriente de agua subterránea, una fisura geológica, minerales cristalizados, materiales magnéticos, bolsas subterráneas de agua o de aire, etc., distorsiona la resultante de la energía cosmotelúrica, aparece una zona perturbadora para la mayoría de los procesos biológicos, lo cual repercute de forma fehaciente en el desarrollo de muchas especies vegetales y animales y, sobre todo, en el ser humano.

Al entrar en un edificio o en una vivienda a veces notamos una sensación de agobio o de malestar; en otros casos, sin embargo, nos encontramos relajados y tranquilos. En el primer caso es probable que se trate de una casa con radiaciones nocivas ante las que nuestro organismo adopta una actitud defensiva, tensándose muscularmente y segregando inmediatamente sustancias internas –como las endorfinas– para contrarrestar el impacto negativo de dicha agresión. Cuando la permanencia en el lugar perturbado se prolonga, nuestro sistema inmunológico, desbordado por la intensidad y/o por el tiempo de exposición, comienza a perder eficacia.

Esto nos hace más sensibles a cualquier elemento patógeno que en circunstancias normales sería contrarrestado, pero que en estas condiciones puede resultar altamente perjudicial.

Las perturbaciones geofísicas más significativas en relación a la salud son las corrientes de agua subterránea y las fracturas geológicas en las que en su vertical suelen encontrarse importantes variaciones medibles con respecto al entorno geofísico: del campo magnético local, del potencial eléctrico del aire, de la radiación natural de microondas, de la conductividad del suelo y del aire, de la radiación infrarroja y de los rayos gamma, etc. Los sistemas moleculares de los diversos organismos –seres humanos, animales o plantas– se encuentran en constante interacción con las radiaciones electromagnéticas ambientales a través de las leyes físicas de absorción y de resonancia. Estas radiaciones electromagnéticas actúan asimismo sobre los procesos microbiológicos que se desarrollan en el interior de las células de los organismos.

MEDICINA DEL HÁBITAT

Aunque estas variaciones se pueden detectar con magnetómetros (incluso en ocasiones con una simple brújula), geiger, ionómetros, etc., la radiestesia es la mejor forma, y la más rápida y segura, de obtener una información global de la calidad biótica de un lugar. La radiestesia es el uso práctico de la intuición, y uno de los aspectos más importantes dentro de la geobiología, gracias a ella podemos determinar los niveles de salubridad de un lugar, que en muchos casos se puede confirmar posteriormente con aparatos de medición que nos indicarán si las constantes naturales de la zona están o no alteradas en un lugar concreto. Efectivamente, es posible determinar los niveles de radiactividad o las variaciones del campo magnético natural (entre otros parámetros) existentes en un punto mediante un detector geiger o un magnetómetro, aunque sólo la radiestesia nos permite conocer su estado global, imposible de averiguar, por otra parte, con otros sistemas de medición, ya que sólo sirven para evaluar un determinado parámetro, dándonos una visión parcial de la realidad y, por tanto, de la posible problemática.

Desde hace años cada vez más médicos comienzan a considerar los riesgos de los campos electromagnéticos y las variaciones geofísicas como un elemento de riesgo de suma importancia a la hora de establecer un diagnóstico clínico y especialmente a la hora de prescribir la terapia adecuada.

En muchas ocasiones, los trastornos desaparecen simplemente con cambiar la ubicación de la cama; en otras, es necesario una determinada terapia de apoyo para restablecer las constantes normales, siempre y cuando la persona haya salido de la zona afectada.

La geobiología es una auténtica medicina preventiva, paliativa y curativa. Por lo tanto, es importante para cualquier persona realizar un estudio geobiológico de la vivienda, pero más aún lo es para las personas electrosensibles para comprobar que los lugares de estancia prolongada estén en un lugar favorable, especialmente la cama.

«Teníamos una hija que se comía el mundo y se ha convertido en una anciana de 90 años»

El Síndrome de Fatiga Crónica (SFC) es una enfermedad desconocida, que no rara, que obliga a estar postrado en una cama a todo aquel que la padece, debido al cansancio insuperable que arrastra día tras día
Candela antes de ser presa de su enfermedad tenía una vida muy activa  
Alejandra González Madrid 12/05/2018 

«Hace dos años y medio que ocurrió todo. Me encontraba estudiando para las oposiciones cuando una fatiga bestial se apoderó de mi cuerpo. Duraba días y, después, conseguía recuperarme. Estuve con intervalos de este tipo casi un año, hasta que los médicos dieron con un diagnóstico: tenía el Síndrome de Fatiga Cronica (SFC) —también conocido como Encefalomielitis Miálgica (EM)—. Llevo año y medio con inmunoterapias, pero la realidad de mi día a día es que permanezco el 80% del tiempo en la cama».

Esta es la historia de Candela, una joven de 29 años, titulada en Derecho y Administración de Empresas, cuya vida dio un giro de 180 grados. Es imposible salir a la calle. No puede recibir visitas porque el cansancio no le deja hablar con nadie. Tiene, constantemente, una sensación de aturdimiento, de niebla mental. Se pasa el día medio dormitando, aunque no llegue a estar dormida del todo.

En una breve entrevista concedida a ABC, Candela habla de cómo es un día «bueno» en su vida actual: «Cuando no estoy tan cansada y tengo un mínimo de fuerzas, aprovecho para ver una serie o una película, pero solo puedo hacerlo en los días buenos. No salgo a la calle, ni siquiera soy yo la que va al médico, sino mi madre».

Raquel Mena es la mujer de la que Candela habla. Cuenta, sin reparos, cómo se siente, así como la esperanza que toda la familia tiene porque esta enfermedad encuentre un tratamiento adecuado. «Me ha cambiado la vida completamente. En cuanto nos dieron el diagnóstico y supe que no había tratamiento, me dediqué, horas y horas, a buscar por internet. Trataba de encontrar alternativas fuera de la medicina tradicional», cuenta.

Reconoce, también, que lo ha dejado todo por cuidar a su hija: «Soy sus pies y sus manos». Mena habla de una tristeza infinita por ver a su «pequeña» en esta situación, pero tiene esperanza de que todo pueda cambiar. «Teníamos una hija que se comía el mundo y se ha convertido en una anciana de 90», concluye.

Hoy, 12 de mayo, es el Día Internacional contra este síndrome, además de contra la Fribromialgia y otras enfermedades crónicas. Pero, ¿qué es exactamente el SFC? ¿Por qué es tan desconocido para mucha población? ¿Qué síntomas conlleva?

«Enfermedad tabú»
La pareja de Candela, Sergio, también tiene SFC desde hace 13 años. Su historia habla de superación, de estudiar para investigar sobre lo que le ocurre a él y a casi un 0,8% de la población mundial. «Tengo 35 años. Cuando me quedaban pocas asignaturas para terminar Ingeniería Técnico Industrial de Diseño, la enfermedad llegó de golpe a mi vida y caí fulminado. De un día para otro. Estuve cinco años de vida postrado en una cama, hasta que pude viajar a Bruselas para conocer a otros médicos y que pudieran darme más soluciones».

Gracias a tratamientos experimentales, la situación de Sergio mejoró. Tanto es así que desde hace 7 años, cursa la carrera de Medicina. «Sigo sin tener vida social, pero aprovecho las horas lúcidas que tengo en el día para estudiar». Visita al médico cada 3 meses y en un periodo de hasta 6 viaja al extranjero para buscar tratamientos nuevos, que consigan mejorar su situación.

Son 13 años de enfermedad, pero Sergio intenta esconderla. «Es una enfermedad tabú. La gente no reacciona bien cuando hablo de ella porque es algo que no conocen. Al no haber tratamiento, no hay conocimiento. Seguramente, el día que aparezca un fármaco, todo este proceso se acelere y pueda conocerse como hoy sabemos de la Fibromialgia, por ejemplo».
Desde 1969

La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoció esta enfermedad como neurológica en 1969, «pero sigue sin estudiarse en las universidades», afirma Raquel Mena. Para determinar que una persona tiene el Síndrome de Fatiga Crónica se utilizan criterios diagnóstico canadiense, un listado de síntomas —14 en total— donde la persona que padezca la enfermedad cumplirá, al menos, siete de ellos.

El 85% de los afectados son mujeres debido a cuestiones hormonales. No es hereditaria, pero sí tiene predisposición genética. A nivel visual, no se puede apreciar que una persona está enferma porque «no estamos demacrados, ni estamos con gotero ni medicinas», asegura Sergio.

Estos pacientes mueren antes que la población general. Las causas más comunes de muerte en pacientes con SFC son: cáncer, enfermedades cardiovasculares y suicidio. Contando todas las causas, los enfermos mueren 17.6 años antes.

Principales síntomas

«El principal síntoma de esta enfermedad es una fatiga insuperable que empeora con actividad física y mental», comenta Raquel Mena. Afecta a múltiples sistemas del organismo y «no tiene cura», insiste. Sergio completa que, además, existen «casi 30 síntomas reconocidos, manifestándose de 8 a 10 en una persona enferma, en mayor o menor grado».

Los afectados por SFC «tienen menos riesgo sanguíneo; se ha comprobado que tenemos hasta un litro menos de sangre en el cuerpo». A nivel personal, Sergio asegura que, a la hora de hablar o querer transmitir, «trato de buscar la palabra que quiero decir pero no me sale y tengo que pensar otra. También me cuesta hacer cálculos sencillos de cabeza, pese a ser ingeniero».

«Existe un estudio que clasifica a los enfermos según el grado de satisfacción en su vida. En el número uno en grado de incapacidad está el SFC, por delante enfermos con quimioterapia, con esclerosis múltiple o con artritis reumatoide», cuenta Mena.

Investigaciones y tratamiento

En los 13 años que lleva con la enfermedad, Sergio ha sido testigo de terapias experimentales, así como otros que casi alcanzan la fase 3 para tener el visto bueno internacional. «Investigaciones sobre el síndrome hay muchas, sobre su naturaleza o los síntomas, pero no se ha llegado a tener un diagnóstico. Por tanto, no hay ningún tratamiento para el SFC».

Sergio reconoce que sí hay terapias experimentales, «pero pequeñas. Para este año está previsto que se prueben 3 fármacos, todos ellos relacionados con tratamientos similares contra el cáncer».

Candela y Sergio tienen la suerte no estar solos en esta lucha. Tienen a sus familias que no les dejan solos en ningún momento, «pero no todo el mundo tiene esa suerte. Necesitamos que esta enfermedad sea más conocida y que puedan buscarse soluciones para llegar a un tratamiento que mejore la vida de los enfermos. Queremos que haya más conciencia y que la población se sensiblice con este tema», concluye Raquel Mena, madre de Candela.

Las campesinas que dijeron basta a los abusos en la venta de quinoa, la comida de moda

  • En el Día Mundial del Comercio Justo, hablamos con Gloria Sagñay una agricultora indígena que cultiva quinoa orgánica y lidera una organización de mujeres productoras en Ecuador
  • Ante la falta de condiciones dignas en la venta de su producto, decidieron sumarse al comercio justo: "Dependíamos del mercado, pero no valoraban nuestro trabajo, nos estafaban y no teníamos suficientes ingresos"
  • La quinoa es un pseudocereal que lleva miles de años en la dieta de la población andina y se ha convertido en los últimos tiempos en un alimento de moda en los países occidentales por su valor nutritivo
Gloria Sagñay, agricultora y presidenta de la organización de mujeres de Cumandá El Molino, 
durante su visita en Madrid. DAVID CONDE  
Icíar Gutiérrez 11/05/2018

Gloria Sagñay se levanta cada día varias horas antes de que salga el sol. A las cinco de la mañana ya está en su plantación, situada a 2.500 metros de altura. De fondo, el volcán Chimborazo, la montaña más alta de Ecuador. Quedan pocos meses para la cosecha y Sagñay, de 29 años, se afana en que las matas de quinoa crezcan rectas para que el grano sea de calidad. Carga sacos de abono, remueve la tierra con la azada, riega. Después ordeña a las vacas y llega a tiempo a su casa para preparar el café antes de regresar de nuevo al campo. Al día siguiente, vuelta a empezar.

"Nos levantamos las primeras y nos dormimos las últimas. Dedicamos muchísimo tiempo, amamos nuestro producto. Es nuestro cultivo, nuestro trabajo", sostiene Sagñay en una entrevista con eldiario.es.

Así se refiere constantemente esta campesina indígena a su cultivo: "Nuestro trabajo". Lo hace como una lección aprendida, como si de una reivindicación se tratara contra quienes quisieron aprovecharse, años atrás, de sus largas jornadas laborales como productora de quinoa. Este pseudocereal milenario para las comunidades andinas se ha convertido en los últimos años en una de las comidas saludables de moda en EEUU y los países europeos, entre ellos España.

"Nos robaban, no nos valoraban"

"Procesábamos manualmente la quinoa, a veces nos sangraban las manos, era muy duro, un sacrificio enorme. Tardábamos una semana para 100 libras (unos 45 kilogramos). Cuando llegábamos al mercado, después de haber pesado los sacos en casa, nos decían que solo eran 80 libras (36 kilos) o que no estaba buena. Nos estafaban y nos robaban", asegura. "Muchas familias se desanimaron a trabajar en el campo y por necesidad salieron a diferentes ciudades, migraron. Quedamos pocas".

Pero las mujeres de su pequeña comunidad, Cumandá el Molino, dieron un golpe encima de la mesa hace diez años. "Nuestras familias viven de esto y dependíamos del mercado, pero no valoraban nuestro trabajo y no teníamos suficientes ingresos", recuerda. "Los necesitábamos para que nuestros hijos pudieran estudiar y trabajar en otra cosa. Nuestros padres no nos pudieron mandar a la universidad y nosotras no queríamos que nuestros hijos tuvieran el mismo problema, así que buscamos nuevos mercados", recalca.

Entonces decidieron participar en Maquita Cushunchic, una organización ecuatoriana que exporta productos de comercio justo y agrupa a 250.000 familias. "Nos ha devuelto la oportunidad de soñar. Pagan el precio de nuestros productos, tenemos nuestros ingresos y es un mercado seguro. También llega a otros países como España", defiende la productora, que ha visitado Madrid esta semana. Como ella, más de dos millones de personas trabajan dentro de la red internacional de Comercio Justo, con organizaciones repartidas en África, Asia y América Latina.
Imagen de archivo: variedades de quinua se exhiben en la feria gastronómica Mistura
en Lima (Perú).EFE  
La quinoa es un cultivo en expansión en el mundo y toda una tendencia en los países occidentales por sus propiedades nutritivas. Algunas voces apuntan que, detrás de este boom, se esconde un aumento de los precios que ha atraído a grandes empresas y ha provocado que parte de la población local en países productores como Bolivia no se pueda permitir consumirla.

Frente a ellas están los pequeños agricultores como Sagñay, que no solo cultiva para vender, sino para alimentar a su familia. "Nuestras condiciones no son las mismas que quienes producen para grandes empresas. Meten químicos, así que sacan mucha más producción, el doble que nosotros, por eso hay gente que no se suma a nosotras", comenta. Para crecer, la quinoa necesita unas condiciones muy específicas. En sus plantaciones, insiste Sagñay, apuestan por el cuidado del medio ambiente a través de la producción orgánica.

"Nosotras tenemos compromiso de cuidar nuestra madre tierra, no contaminamos. Cuidamos de nuestra salud y la de los consumidores. Es un producto misk'i mikhuy [suculento]".

En los últimos años han podido mecanizar parte de su trabajo y ganar tiempo para otras actividades, pero también utilizan técnicas que ya usaban sus abuelos. "Ponemos agua hirviendo con unas plantas. Las tapamos con plástico para que se pudra y con eso fumigamos para controlar las plagas", explica la agricultora.

Poder conservar la cultura y las tradiciones de sus antepasados es, a juicio de Sagñay, una de las mayores ventajas de participar en la red de comercio justo. Entre ellas está el rito sagrado para celebrar la cosecha, que comenzará en julio y durará hasta septiembre. Durante estos días beben chicha de quinoa [bebida típica de la zona] y entonan con fuerza sus cantos tradicionales: "Jahuay, jahuay, jahuay". "Nuestros abuelitos la cantaban y nosotros también lo hacemos. Nuestra cosecha es una fiesta para nosotros, esperamos más de siete meses para tener nuestro producto. Y cantamos: 'Todos con las manos arriba, sigamos cortando con ánimo".

Lucha contra el machismo

La labor de Sagñay va más allá del campo. Es líder de su comunidad y presidenta de una organización formada por 32 mujeres que, con el apoyo de Maquita, luchan por acabar con el machismo que las rodea. "Hemos cambiado muchísimo. Antes, nuestros propios padres nos discriminaban. Decían que solo servíamos para cuidar casas, no nos mandaban a estudiar. Solo nuestros hermanos podían participar en reuniones, solo se tenía en cuenta su opinión. Teníamos miedo a los esposos", critica.

En todo este tiempo, han observado algunos cambios. "Las mujeres eran tímidas, tenían miedo de hablar con otras personas. Ahora preparamos a nuestras hijas para que no pasen por la misma situación, para que sepan que sí puede, que sí podemos. Ya no decimos que los hombres no tienen que cocinar porque es cosa de mujeres. Ahora tienen que hacerlo por igual. Algunos maridos comenzaron a apoyarnos con ideas. No tenemos tantas dificultades como antes. Y yo ya no tengo miedo", sentencia.